Borges y los políticos

-¿Qué sucedió con los gobiernos?

-Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos, algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen.

«Utopía de un hombre que está cansado«, del libro «El libro de arena».

Conversación entre Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato

Sábato: Perdone pero me quedé tocado por esa frase que usted citó. Recordemos las cosas feroces que se hicieron en nombre del Evangelio. Y las atrocidades que hizo Stalin en nombre del Manifiesto Comunista.
Borges: ¡Qué extraño! Nada de eso ha ocurrido con el Budismo.
Sábato: (Con tono escéptico) Pero dígame, Borges, ¿a usted le interesa el budismo en serio? Quiero decir como religión. ¿O sólo le importa como fenómeno literario?
Borges: Me parece ligeramente menos imposible que el cristianismo (ríen). Bueno, quizá crea en el Karma. Ahora, que haya cielo e infierno, eso no.
Sábato: En todo caso, si existen, deben ser dos establecimientos con una población muy inesperada. Por un instante las risas se confunden con las palabras. Los dos se divierten.
¿Y que opina de Dios, Borges?
Borges: (Solemnemente irónico) ¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.
Sábato: Sí, pero podría ser un Dios imperfecto. Un Dios que no pueda manejar bien el asunto, que no haya podido impedir los terremotos. O un Dios que se duerme y tiene pesadillas o accesos de locura: serían las pestes, las catástrofes.
Borges: O nosotros. (Se ríen.) No sé si fue Bernard Shaw que dijo: God is in the making, es decir: «Dios está haciéndose».
Sábato: Es un poco la idea de Strindberg, la idea de un Dios histórico. De todas maneras las cosas malas no prueban la inexistencia de Dios, ni siquiera la de un Dios perfecto. Usted acaba de insinuar que cree más bien en los budistas. Si un niño muere, de modo aparentemente injusto, puede ser que esté pagando la culpa de una vida anterior. También es posible que no entendamos los designios divinos, (que pertenecen a un mundo transfinito), mediante nuestra mentalidad hecha para un universo finito.
Borges: Eso coincide con los últimos capítulos del libro de Job.
Sábato: Pero dígame, Borges, si no cree en Dios ¿por qué escribe tantas historias teológicas?
Borges: Es que creo en la teología como literatura fantástica. Es la perfección del género.

Borges, el palabrista, en 68 frases

«A mi me interesan mucho las palabras, como muy bien puede haberse dado cuenta», dijo Jorge Luis Borges a un periodista que lo entrevistaba.

Las siguientes frases fueron extraídas del libro Borges, el palabrista del periodista Esteban Peicovich, quien las recopiló de diversas entrevistas al escritor publicadas en diversos diarios y revistas del mundo.

«Es increíble cómo una cultura que se desarrollaba con juegos de ajedrez, haya degenerado en juegos tan vulgares como el fútbol».

«Yo hubiera querido ser andaluz. Lo que nunca habría sido es ser catalán: Los odian en España y entre los franceses se nota enseguida que son unos impostores».

¿»‘La Cumparsita’? Esa es una pamplina consternada que les gusta a los argentinos porque les mintieron que es vieja».

«Durante una jornada se pasa del Paraíso al infierno, del Infierno al Purgatorio, del Purgatorio al Limbo, del Limbo al Paraíso, del Paraíso otra vez al Infierno».

«Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho que fomentan la idiotez. Botones que balbucean imperativos, efigies de líderes, vivas y mueras prefijados, muros exornados de nombres, ceremonias unánimes, la nueva disciplina usurpando el lugar de la lucidez… Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor».

«Yo siempre fui antifascista. En los tiempos del nazismo, cuando había tantos fascistas y nazis en Buenos Aires, yo condené a Mussolini y a Hitler, cuando muchos no hablaban. En aquellos tiempos prologué el libro ‘Mester de Judería’ de Grinberg. No entiendo cómo me pueden calificar de fascista. Yo nunca dije que los gobiernos militares fueran mejores o cosa parecida. Dije que el caos producido en la Argentina durante el gobierno de Isabel Perón, era lo único que podía suceder. Todos sabemos que es así. Y así lo digo. La gente quiere suponer que soy indiferente o que habito en una torre de marfil. Nunca hubo tal cosa, es totalmente falso. Durante el peronismo todos sabían que yo era opositor. Nunca ataqué al sindicalismo, sino a los sindicalistas ladrones. Y nadie duda que lo eran».

«Yo comparto lo que decía Stevenson: ‘Un libro tiene muchas cualidades. Pero hay una sin la cual todas son inútiles. Esa cualidad es el encanto’. Cuando usted lee un libro debe percibir ese encanto. Por ejemplo, en un cuento que acabo de leer para un concurso -un cuento bastante bueno, por otra parte- al autor se le ha ocurrido, porque sí, que uno de sus personajes vomite. Con eso ha perdido todo el encanto. El vómito no es muy encantador en la realidad. Pero ese autor no ha podido resistir el placer de un vómito, de un vómito escrito. Además, hoy en día, existe una costumbre muy pueril, que parece de colegiales de cuarto grado: el uso de la mala palabra».

«Generalmente, cuando se dice de una persona que es inteligente, lo que se quiere decir es que es ocurrente, esto es, que tiene algo que decir sobre un tema inmediatamente. Pero esa persona puede no ser inteligente, ya que la inteligencia puede ser lenta. ¿Si yo soy inteligente? Si me dan algunos años, soy inteligente. Si me hacen la pregunta en forma inmediata, soy más bien estúpido».

«Creo que ‘ser feliz’ es algo muy raro, ocurre muy pocas veces. La felicidad se encuentra generalmente en el pasado y esto es, por supuesto, una forma de desdicha permanente».

«El libro es ese instrumento sin el cual no puedo imaginar mi vida y que no es menos íntimo para mi que las manos o que lo ojos».

«Creo en el hombre, sobre todo si está solo consigo mismo. Soy escéptico ante los grupos humanos, los países, las razas y todas esas tonterías. Decir ‘la especie humana’ es decir una abstracción que no dice nada. ¿Qué es la especia humana? Creo que todos los individuos son distintos entre sí. Y además tienen el derecho y la obligación de serlo. Eso, por una parte. Por otra, la gente cambia a cada momento. Uno nunca sabe cuándo una persona va a pensar distinto a como pensaba el minuto anterior. ¿Cómo va entonces uno a encasillarse en un grupo, en un sistema político, en una misma actitud frente a la vida».

«Federico García Lorca me parece un poeta de utilería. Ciertamente la muerte lo favoreció. Creo que, en definitiva, sólo sirvió para que Machado escribiera un poema admirable».

«Gracián me parece una caricatura de Quevedo. Gracián es muy frío, prácticamente glacial. Llamar a las estrellas ‘gallinas de los prados celestiales’, por ejemplo, es imperdonable, ¿no le parece a usted? Creo que Gracián es una superstición alemana en cierto modo, y que Schopenhauer lo admiraba mucho porque lo entendía poco».

«Creo que a la libertad se le ha dado demasiada importancia. La mayoría de las personas no saben como ejercerla. La ejercen de un modo bobo».

«El matrimonio es un destino pobre para la mujer».

«Nadie creyó en el ‘justicialismo’, monstruo neológico que con su eco inexplicable sigue dando horror a una página del abultado diccionario».

«El partido conservador, dije yo, tiene la ventaja de que no puede albergar fanáticos. Nadie puede ser fanático si es conservador. Lo que es una gran cosa en los tiempos que corren».

«Conrad era grande. Hudson, no. Horacio Quiroga, tampoco. ¿Hemingway? Un matón. ¿Flaubert? Madame Bovary es imposible de leer. Trabaja con el espacio, el tiempo se le escurre entre las manos y se aburre escribiendo una historia sin historia».

«Quizá lleguemos alguna vez a un estado en el cual las naciones sean inútiles».

«Siempre he tenido una admiración especial por Cristo. Creo que es un pilar de la historia del mundo y que lo seguirá siendo, quizás inclusive más en el futuro. Sin embargo siento que hay algo que le sobra a Cristo. O que le falta, y que no lo hace todo simpático que fuera de desear. Por ejemplo, a mi me parece que Sócrates es más simpático. Y Buda también. En Cristo hay algo como de político que no acaba de convencer. Inclusive, por momentos me parece hasta demagógico. Por ejemplo, aquello de que los últimos serán los primeros. ¿Por qué? Es injusta esta aseveración. Es absurda. O aquello de que los pobres de espíritu heredarán el Reino de los Cielos. ¿Por qué? No lo entiendo. Y menos entiendo esa idea miserable de que los ricos no entrarán al Reino de los Cielos porque aquí, en la tierra, ya recibieron su recompensa. Si el Reino de los Cielos es eterno, ¿cómo puede comparársele a unos cuantos años de supuesta felicidad aquí en la tierra? Lo eterno no tiene derecho a competir con lo temporal. Es injusto lo de la condenación eterna. Yo no puedo creer en dolores que se prolonguen más allá de nuestra estancia en la tierra, ya que es de por si bastante dolorosa».

«Monstruo no significa algo horrible: significa algo digno de ser mostrado».

«Los argentinos sienten una admiración ridícula por las cosas que otros ponen de moda. La gente de Argentina es muy snob. No sé cuál es la razón de ello, pero puedo dar un ejemplo. En 1898 nació un baile en los lupanares al cual llamamos tango. Ninguna mujer se atrevía a bailarlo sabiendo cuál era su origen. El baile era muy lascivo, una especia de parodia del acto del amor. La música muy obscena, la letra también. lo bailaban sólo hombres en las veredas del arrabal, hasta que un día, no sé cómo, llegó a París, y por el mero hecho de que París lo aceptó, se hizo respetable en la Argentina. El argentino suele carecer de conciencia moral, pero no intelectual; pasar por un inmoral le importa menos que pasar por un zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama ‘viveza criolla’. Me siento profundamente argentino. Soy argentino de un modo indefinible, inescrutable. Ser argentinos, es sentir que somos argentinos».

«Los argentinos estamos mejor dotados para la amistad que para el amor o el parentesco».

«Enamorarse es producir una mitología privada y hacer del universo una alusión a la única persona indudable».

«Existe una tendencia generalizada -que se ha propagado por todo el mundo- a apoyar la pobreza, la barbarie y la ignorancia. Supongamos, por ejemplo, que hubiera una guerra de Suiza contra los esquimales. ¡Todo el mundo estaría a favor de los esquimales! Es un problema de sentimentalismo».

«Una de las peores cosas que le puede pasar a un escritor es que sea periodista, porque entonces está obligado a buscar los temas. Creo que los temas deben buscarlo a uno, que es un error proponerse un tema».

«Cuando se es de familia criolla o puramente española, por lo general, no se es intelectual. Lo veo en la familia de mi madre, los Acevedo: son de una ignorancia inconcebible. Por ejemplo, para ellos ser protestante es sinónimo de judío, es decir: ateo, librepensador, hereje. Todo entra en la misma bolsa».

«Mi fama basta para condenar a esta época».

«No creo en el perdón. Si yo obro mal y me perdonan, ese acto de perdón es ajeno, y no puede mejorarme a mi. El ser perdonado no tiene importancia».

«Perón fue un nuevo rico, imitó de manera crasa y grotesca los rasgo menos admirables de la oligarquía ilustrada que simulaba combatir. En todo esto abundó la exageración característica del guarango. Inundó el territorio del país con imágenes suyas y de su mujer. Su mujer, cuyo cadáver y cuyo velorio usó para fines publicitarios. La mayoría de la gente es tonta. A mi me repugna la idea de que una persona permita que le digan ‘Perón, Perón. que grande sos’. Es tipo o está loco o es un imbécil. Perón era un chambón que no tenía un programa y que no sabía que hacer. Lo único que sí sabía era hacerse retratar y salir en los balcones de la Plaza de Mayo para en sus discursos insultar a sus oyentes llamándolos ‘grasitas'».

«Soy apolítico. Ya he dicho que soy anticuado. Creo que vale más dirigir masas que informarlas. Creo que Argentina iba mejor cuando estaba gobernada por un pequeño grupo de personas. Es absurdo suponer que todo el mundo puede opinar en política. De política entenderán algunas personas, entre las cuales hasta podríamos incluir a algún político».

«Yo estuve en contra del peronismo justamente porque era liberticida y de raíz fascista. Fíjese que Perón me persiguió porque yo era democrático, jamás porque yo hubiera sudo antiobrero o cosa parecida. Puso presas a mi madre y a mi hermana. No me pudo perdonar que cuando estaba en Norteamérica y me preguntaron por Perón yo hubiese contestado: ‘No me interesan los millonarios». Ni que cuando me preguntaron por su mujer, yo hubiese respondido: ‘Tampoco me interesan las prostitutas’.

«Ojalá merezcamos no tener ningún gobierno. En ningún país del mundo. Acaso un mínimo de gobierno puramente municipal, un gobierno de Spencer».

«Me gustó aquella película del acorazado Potemkin. La vi de nuevo, años después, y me pareció malísima. Pensé que intentaba ser un film realista. Tal vez lo sea. Sin embargo es absolutamente irreal. Voy a recordar un episodio, dos episodios con usted. Hay una manifestación en Odesa y la policía que se supone que sabe cómo manejar tales situaciones, tiene que disolver a la multitud. A fin de lograrlo, matan a varios, no sé a cuántos, quince o veinte, y, entre ellos, a fin de lograr efectos tremebundos, hay una mujer con un cochecito y un bebé. Entonces la mujer pierde sus gafas y el cochecito rueda escaleras abajo y el niño muere. Recuerdo lo que Ruskin dijo de Dickens: ‘Cuándo tenga alguna duda, mate a un bebé’, ¿no? Y entonces, después de esa escena absolutamente irreal, porque supongo que la policía sabía hacer las cosas sin ser tan torpe, tenemos el barco de guerra, el acorazado disparando sus cañones a la ciudad de Odesa. Ahora bien, como sentimos simpatía por los marinos, el único daño que hacen sus cañones es tirar a un león de piedra de su pedestal. Eso podría pasar en una película fantástica, pero en una película realista me imagino que si un acorazado dispara a cien metros de nosotros mataría a alguien, pero, claro, no puede matar a nadie porque estropearía las simpatías de los espectadores, únicamente por eso mata a un león de piedra. No me parece que los rusos sepan hacer realismo».

«La definición: ‘La política es el arte de lo posible’, sirve para justificar y ocultar todo tipo de tropelía. Más oportuno sería decir que la política es el arte de lo imposible».

«No bebo, no fumo, como poco. Mis únicos vicios son la Enciclopedia Británica y no leer a Enrique Larreta».

«Nada sé de la literatura argentina actual. Hace tiempo que mis contemporáneos son los griegos».

«Es un misterio que todos los argentinos se sientan representados por el tango. El tango no puede ser otra cosa que música de malevos. Lo más importante del tango, es la importancia que tiene el tango para nosotros».

«Cuando escribo, no pienso nunca en los lectores. Salvo en el sentido de no presentarles dificultades».

«Creo que Sarmiento es el real escritor argentino. Creo que se ha elegido mal en poner al ‘Martín Fierro’ como libro ejemplar. Si hubiéramos elegido al ‘Facundo’ de Sarmiento, donde está planteado el dilema Civilización o Barbarie, hubiera sido mejor para el país y nuestra historia hubiese sido otra».

«La casa de mi abuela materna era una casa con dos patios con aljibe, pero muy modesta. En el fondo del aljibe había una tortuga para purificar el agua, según se creía; aunque mi madre y yo bebimos durante años agua de tortuga, sin pensar en ello, puesto que este agua estaba más bien ‘impurificada’ por la tortuga. Pero se trataba de una costumbre y a nadie le llamaba la atención. Sin embargo cuando se alquilaba una casa, siempre se preguntaba si había tortuga en el aljibe. En Montevideo no existía el mismo hábito. Estela Canto me contó que allí usaban un sapo en vez de una tortuga. Así que a la pregunta de la inquilina se le respondía: ‘Si, pierda cuidado, señora, hay un sapo’, y entonces se bebía este agua de lluvia purificada por ese filtro viviente, sin pensar lo contrario».

«Me gustan los juegos solitarios: el ajedrez, la equitación, la natación. Detesto los deportes masivos como el fútbol y el cóctel».

«La estupidez, la cobardía, la soberbia injustificada, la vanidad, la trivialidad, son las cosas que deploro en el hombre. Yo creo que la trivialidad más que nada. He tratado de evitarla. Aunque, seguramente, yo fui trivial a mi modo. Porque estudiar el anglosajón es una forma de trivialidad. Más o menos como coleccionar estampillas».

«El vicio más incorregible de los argentinos es el nacionalismo, la manía de los primates».

«El suicidio no me parece mal; al contrario, convendría que se suicide más gente; hay un exceso de población en el mundo».

«Si tuviera que elegir entre la literatura inglesa o la literatura rusa, entre Dickens o Dostoyevsky, elegiría a Dickens».

«Yo creo que los periódicos se hacen para el olvido, mientras que los libros son para la memoria».

«No me gusta los surrealistas porque son unos charlatanes. Yo rechazo esa filiación».

«Proponer a Martín Fierro como personaje ejemplar es un error. Es como si se propusiera a Macbeth como buen modelo de ciudadano británico. ¿no? Como tragedia me parece admirable, como personaje de valores morales, no».

«Los argentinos han sentado fama de hombres bien vestidos. Eso se da en todas las clases sociales. Aún entre compadritos había idea del lujo: chalinas muy lindas, zapatos de tacones altos, pantalones ajustados. Puede ser un rasgo femenino…».

«El aguinaldo es una curiosa medida económica según la cual se trabajan doce meses y se pagan trece».

«El gaucho era gente que luchaba o estaba de parte de un caudillo porque el patrón de la estancia lo mandaba. El gaucho no tuvo ninguna idea de patria. Cuando desembarcaron los ingleses en Quilmes salieron todos los gauchos de los alrededores, vieron que desembarcaba un ejército extranjero y le indicaron el camino a Buenos Aires…».

«Los tangos actuales no me gustan nada. Ya con Gardel, con Filiberto, empieza la decadencia del tango. Los tangos se vuelven quejosos, lacrimosos. La tristeza de los tangos me parece innoble. Es una tristeza de rufianes, un poco canallesca. La tristeza de los blues, no: corresponde a hombres mejores».

«El tiempo nos enseña a eludir equivocaciones, no a merecer aciertos».

«De las comidas españolas me gusta la paella. Sobre todo cuando está bien hecha. Es decir, cuando cada grano de arroz mantiene su individualidad».

«Cierta vez en un Banco una empleada me dijo que, aunque conocía mi saldo, lo verificaría ‘para no decir una cosa por otra’. Esta señorita acababa de dar muerte a la metáfora».

«En mi época no había best-sellers y no podíamos prostituirnos. No había quien comprara nuestra prostitución».

«Ernest Hemingway, cierta vez, disparatadamente, se comparó con Kipling, a quien consideraba su maestro. Fue medio compadre y terminó matándose porque se dio cuenta que no era un gran escritor. Esto lo salva en parte».

«En España me admiran porque el panorama es tan pobre que admiran a cualquiera. Allí sólo hay un buen cuentista, Fernando Quiñones, y un buen poeta, Jorge Guillén».

«En el libro árabe por excelencia, el Corán, no hay camellos; yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del Corán bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe. Fue escrito por Mahoma y Mahoma, como árabe, no tenía por qué saber que los camellos eran especialmente árabes».

«Dicen que he influido en Cortázar. No seamos tan pesimistas. Sus cuentos que no he leído, han de ser mejores que los míos».

«No he observado jamás que los españoles hablaran mejor que nosotros. Hablan con voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes ignoran la duda».

«Me dicen que en Italia los libros de Sábato se venden con una faja que dice: ‘Sábato, el rival de Borges’. Es extraño, pues los míos no llevan una faja que diga: ‘Borges, el rival de Sábato’. El es un escritor respetable cuyas obras pueden estar en manos de todos sin ningún peligro».

«No voy a las recepciones de la embajada soviética, donde sirven vodka y caviar. No sigo ese régimen».

«Lo malo es que en la Argentina ganamos todas las guerras y perdemos todas las elecciones».

«No vale la pena interesarse en el periodismo, pues está destinado a desaparecer. Bastaría en lugar de diarios, con un periódico bimensual, ya que todos los días no se producen hechos sensacionales. En la época grecolatina se leían libros y no se perdía el tiempo en tonterías».

«Mire, yo detesto a los comunistas, pero, por lo menos, tienen una teoría. Los peronistas, en cambio, son snobs».

«Yo tenía entendido que sólo había buena y mala literatura. Esto de literatura comprometida me suena lo mismo que equitación protestante».

Un éxito sin precedentes: La colección El Séptimo Círculo

En 1939 Mariano Medina del Río y Álvaro de las Casas, dos emigrados gallegos, fundan la editorial Emecé. Al comienzo se dedicaban a difundir obras de la cultura gallega, pero años después, con la incorporación de socios argentinos al proyecto, la editorial expande su propuesta hacia públicos más amplios. En este entorno los escritores Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, que se desempeñaban como asesores literarios de la editorial, proponen una colección destinada a publicar obras del género policial pese al poco prestigio que éste tenía. Así, en febrero de 1945 Emecé lanza al mercado la colección El Séptimo Círculo, iniciando un exitoso proyecto editorial sin precedentes en el negocio editorial hispanoamericano.

El primer título fue La bestia debe morir, de Nicholas Blake (seudónimo que usaba el poeta Cecil Day Lewis, padre del actor Daniel Day Lewis, para escribir novelas policiales) con traducción de Juan Rodolfo Wilcock.

El nombre El Séptimo Círculo hace referencia el anillo del infierno que Dante Alighieri reservó a los violentos. Desde el inicio la colección fue un éxito de ventas con tiradas de 14.000 ejemplares durante varios años.

Un tema no menor de la colección es el esmerado trabajo de las traducciones a cargo de especialistas escogidos personalmente por Bioy o Borges y supervisados antes de imprimir por el mismo Bioy. Ya dijimos que Wilcock fue el primero, pero también Estela Canto, Silvina Bullrich, Cecilia Ingenieros (hija de José Ingenieros), Leonor Acevedo de Borges (madre de Jorge Luis Borges), Haydée Lange (hermana de la escritora Norah Lange), Lucrecia Moreno de Sáenz (la principal traductora de William Faulkner en Argentina), Marta Acosta Van Praet (traductora del diario La Nación), Dora de Alvear, Rodolfo Walsh, José Bianco, entre otras importantes personalidades de la filosofía y las letras porteñas.

La colección consta de 366 títulos y son los siguientes:

1 Nicholas Blake – La bestia debe morir

2 John Dickson Carr – Los anteojos negros

3 Michael Innes – La torre y la muerte

4 Anthony Gilbert – Una larga sombra

5 James M. Cain – Pacto de sangre

6 Milward Kennedy – El asesino de sueño

7 Vera Caspary – Laura

8 Milward Kennedy – La muerte glacial

9 Anton Chejov – Extraña confesión

10 Richard Hull – Mi propio asesino

11 James M. Cain – El cartero llama dos veces

12 Eden Phillpotts – El señor Digweed y el señor Lumb

13 Nicholas Blake – Los toneles de la muerte

14 Enrique Amorim – El asesino desvelado

15 Graham Greene – El ministerio del miedo

16 Clifford Witting – Asesinato en pleno verano

17 Patrick Quentin – Enigma para actores

18 John Dickson Carr – El crimen de las figuras de seda

19 Anthony Gilbert – La gente muere despacio

20 James M. Cain – El estafador

21 Patrick Quentin – Enigma para tontos

22 E. C. R. Lorac – La sombra del sacristán

23 Wilkie Collins – La piedra lunar

24 Cora Jarret – La noche sobre el agua

25 H. F. Heard – Predilección por la miel

26 Michael Innes – Los otros y el rector

27 Leo Perutz – El maestro del Juicio Final

28 Nicholas Blake – Cuestión de pruebas

29 Lynn Brock – En acecho

30 Wilkie Collins – La dama de blanco (2 tomos)

31 Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo – Los que aman, odian

32 Anthony Gilbert – La trampa

33 John Dickson Carr – Hasta que la muerte nos separe

34 Michael Innes – ¡Hamlet, venganza!

35 Nicholas Blake – ¡Oh envoltura de la muerte!

36 E. C. R. Lorac – Jaque mate al asesino

37 John Dickson Carr – La sede de la soberbia

38 Eden Phillpotts – Eran siete

39 Patrick Quentin – Enigma para divorciadas

40 John Dickson Carr – El hombre hueco

41 Lynn Brock – La larga búsqueda del señor Lamousset

42 Eden Phillpotts – Los rojos Redmayne

43 Richard Keverne – El hombre del sombrero rojo

44 Raymond Postgate – Alguien en la puerta

45 Anthony Gilbert – La campana de la muerte

46 Nicholas Blake – El abominable hombre de nieve

47 Robert Player – El ingenioso señor Stone

48 Manuel Peyrou – El estruendo de las rosas

49 Raymond Postgate – Veredicto de doce

50 Patrick Quentin – Enigma para demonios

51 Patrick Quentin – Enigma para fantoches

52 John Dickson Carr – El ocho de espadas

53 R. C. Woodthorpe – Una bala para el señor Thorold

54 H. F. Heard – Respuesta pagada

55 Michael Innes – El peso de la prueba

56 H. F. Heard – Asesinato por reflexión

57 Anthony Gilbert – ¡No abras esa puerta!

58 James Hilton – ¿Fue un crimen?

59 Anthony Berkeley – El caso de los bombones envenenados

60 John Dickson Carr – El que susurra

61 Patrick Quentin – Enigma para peregrinos

62 Anthony Berkeley – El dueño de la muerte

63 Patrick Quentin – Corriendo hacia la muerte

64 John Dickson Carr – Las cuatro armas falsas

65 Anthony Gilbert – Levante usted la tapa

66 Peter Curtis – Marcha fúnebre en tres claves

67 Anthony Gilbert – Muerte en el otro cuarto

68 Sidney Fowler – Crimen en la buhardilla

69 Varios Autores – El Almirante Flotante (en colaboración)

70 John Dickson Carr – El barbero ciego

71 Donald Henderson – Adiós al crimen

72 Graham Greene – El tercer hombre

73 Edgar Lustgarden – Una infortunada más

74 John Dickson Carr – Mis mujeres muertas

75 Clifford Witting – Medida para la muerte

76 Nicholas Blake – La cabeza del viajero

77 Michael Burt – El caso de las trompetas celestiales

78 Charles Dickens – El misterio de Edwin Drood

79 Cyril Hare – Huésped para la muerte

80 Eden Phillpotts – Una voz en la oscuridad

81 Marten Cumberland – La punta del cuchillo

82 Michael Valbeck – Caídos en el infierno

83 L. A. G. Strong – Todo se derrumba

84 Will Ousler – Legajo Florence White

85 Hugh Walpole – En la plaza oscura

86 Richard Hull – Prueba de nervios

87 Patrick Quentin – El buscador

88 Bernice Carey – El hombre que eludió el castigo

89 Elizabeth Eastman – El ratón de los ojos rojos

90 Margaret Millar – Pagarás con maldad

91 Nicholas Blake – Minuto para el crimen

92 Edgar Lustgarden – Veredictos discutidos

93 Norman Berrow – Peligro en la noche

94 John Dickson Carr – Los suicidios constantes

95 Michael Burt – El caso de la joven alocada

96 Fernand Crommelynck – ¿Es usted el asesino?

97 Guy Des Cars – El solitario

98 Michael Burt – El caso del jesuita risueño

99 Vera Caspary – Bedelia

100 Thomas Walsh – Pesadilla en Manhattan

101 Richard Hull – El asesino de mi tía

102 Alexander Rice Guinness – Bajo el signo del odio

103 Josephine Tey – Brat Farrar

104 John Dickson Carr – La ventana de Judas

105 Margaret Millar – Las rejas de hierro

106 Anna Mary Wells – Miedo a la muerte

107 John Dickson Carr – Muerte en cinco cajas

108 Vera Caspary – Más extraño que la verdad

109 C. S. Forester – Cuenta pendiente

110 John Dickson Carr – La estatua de la viuda

111 Gregory Tree – Una mortaja para la abuela

112 Josephine Tey – Arenas que cantan

113 Margaret Millar – Muerte en el estanque

114 Pierre Very – Los Goupi

115 J. C. Masterman – Tragedia en Oxford

116 Robert Parker – Pasaporte para el peligro

117 Eric Linklater – El señor Byculla

118 Nicholas Blake – El hueco fatal

119 Stanley Ellin – El crimen de la calle Nicholas

120 Eden Phillpotts – El cuarto gris

121 Marjorie Stafford – La muerte toca el gramófono

122 Eric Warman – Blando por dentro

123 María Angélica Bosco – La muerte baja en el ascensor

124 Edward Atiyah – La línea sutil

125 Julian Symons – El círculo se estrecha

126 L. A. G. Strong – Scolombe muere

127 William March – Simiente perversa

128 Robert Burns – Soy un fugitivo

129 Mary Fitt – Claves para Christabel

130 Nicholas Blake – Susurro en la penumbra

131 Vera Caspary – El falso rostro

132 Richard Katz – El caso más difícil

133 Julian Symons – El 31 de febrero

134 Serge Groussard – La mujer sin pasado

135 Cyril Hare – Un crimen inglés

136 Anthony Boucher – El siete del calvario

137 Charlotte Jay – El ojo fugitivo

138 H. F. M. Prescott – El muerto insepulto

139 Patrick Quentin – Mi hijo, el asesino

140 Patrick Quentin – El bígamo

141 John Dickson Carr – El reloj de la muerte

142 Josephine Tey – El muerto en la cola

143 Edmund Crispin – El caso de la mosca dorada

144 Nina Bawden – Trasbordo a Babilonia

145 Nicholas Blake – La maraña

146 Marten Cumberland – La puerta de la muerte

147 Patrick Quentin – El hombre en la red

148 Nicholas Blake – Fin de capítulo

149 John Dickson Carr – Patrick Butler por la defensa

150 Beverly Nichols – Los ricos y la muerte

151 Patrick Quentin – Circunstancias sospechosas

152 Edin Lanham – Asesinato en mi calle

153 Cyril Hare – Tragedia en la justicia

154 Robert Harling – La columnata interminable

155 Cornell Woolrich (William Irish) – Violencia

156 Patrick Quentin – La sombra de la culpa

157 Nicholas Blake – Un puñal en mi corazón

158 Roy Fuller – Fantasía y fuga

159 Nicholas Blake – El crucero de la viuda

160 Margaret Millar – Las paredes oyen

161 Raymond Chandler – La dama del lago

162 E. C. R. Lorac – Muerte por triplicado

163 Patrick Quentin – El monstruo de ojos verdes

164 Wallace Reyburn – Tres mujeres

165 Vera Caspary – Evvie

166 Alex Fraser – Lugares oscuros

167 Beverly Nichols – Asesinato a pedido

168 Julian Symons – La senda del crimen

169 Patrick Quentin – Vuelta a escena

170 John Dickson Carr – Pese al trueno

171 Nicholas Blake – El gusano de la muerte

172 Margaret Millar – Semejante a un ángel

173 Max Duplan – Sanatorio de altura

174 Laurence Payne – Claro como el agua

175 Vera Caspary – El marido

176 Wade Miller – El arma mortal

177 Patrick Quentin – La angustia de Mrs. Snow

178 Marten Cumberland – Y luego el miedo

179 James Hadley Chase – Un loto para Miss Quon

180 Hillary Waugh – Nacida para víctima

181 John Burke – La parte culpable

182 Nicholas Blake – La burla siniestra

183 James Hadley Chase – ¿Hay algo mejor que el dinero?

184 Thomas Walsh – Un ladrón en la noche

185 James Hadley Chase – Un ataúd desde Hong Kong

186 Hillary Waugh – Apelación de un prisionero

187 Maurice Moiseiwitsch – Besa al ángel de las tinieblas

188 Ross Macdonald – El escalofrío

189 Patrick Quentin – Peligro en la casa vecina

190 Thomas Walsh – Esconder a un canalla

191 Patrick Quentin – Trasatlántico «Asesinato»

192 Edwin Lanham – No hay escondite

193 Howard Fast – El ángel caído

194 John Dickson Carr – Fuego que quema

195 Ben Healey – Al acecho del tigre

196 Patrick Quentin – El esqueleto de la familia

197 Nicholas Blake – La triste variedad

198 Herbert Brean – Los rastros de Brillhart

199 James Hadley Chase – Un ingenuo más

200 Ross Macdonald – Dinero negro

201 Hillary Waugh – La joven desaparecida

202 James Hadley Chase – Una radiante mañana estival

203 John Bingham – Un fragmento de miedo

204 John Dickson Carr – El codo de Satanás

205 James Hadley Chase – La caída de un canalla

206 Ross Macdonald – El otro lado del dólar

207 Nicholas Freeling – Cañones y manteca

208 Nicholas Blake – La mañana después de la muerte

209 James Hadley Chase – Fruto prohibido

210 James Hadley Chase – Presuntamente violento

211 Nicholas Blake – La herida íntima

212 Hillary Waugh – El hombre ausente

213 James Hadley Chase – La oreja en el suelo

214 Nicholas Blake – Fin de capítulo

215 Hillary Waugh – 30 Manhattan East

216 Nicholas Beverley – Los ricos y la muerte

217 Ross MacDonald – Enemigo insólito

218 John Dickson Carr – Oscuridad en la Luna

219 John D MacDonald – El fin de la noche

220 John Boland – El derrumbe

221 James Hadley Chase – Trato hecho

222 Nicholas Freeling – ¡Tsing-Boum!

223 Hillary Waugh – Corra cuando diga:¡ya!

224 James Hadley Chase – Trato hecho

225 Hillary Waugh – Muerte y circunstancia

226 Hillary Waugh – Veneno puro

227 Ross Macdonald – La mirada del adios

228 John D MacDonald – La única mujer en el juego

229 Ellery Queen – Besa y mata

230 Ellery Queen – Asesinatos en la Universidad

231 James Hadley Chase – El olor del dinero

232 Cornell Woolrich (William Irish) – Plazo: Al amanecer

233 Paul Andreota – Zigzags

234 Piero Chiara – Los jueves de la señora Julia

235 Ben Healey – Las mujeres se dedican al crimen

236 Margaret Millar – Sólo monstruos

237 John Dickson Carr – Mediodía de espectros

238 John A. Graham – Algo en el aire

239 Joseph Harrington – El último timbre

240 James Hadley Chase – Un agujero en la cabeza

241 Sidney Sheldon – Cara descubierta

242 Cornell Woolrich (William Irish) – No quisiera estar en tus zapatos

243 John A. Graham – El robo del Cezanne

244 Ross MacDonald – Costa Bárbara

245 Michael Z. Lewin – Acertar con la pregunta

246 Paul Andreota – El pulpo

247 John Dickson Carr – Mansión de muerte

248 James Hadley Chase – Peligroso si anda suelto

249 Robert Garret – El fin de la persecución

250 Vera Caspary – Retrato terminado

251 Cornell Woolrich (William Irish) – La dama fantasma

252 James Hadley Chase – Si deseas seguir viviendo

253 John Craig – ¿Quieres ver a tu mujer otra vez?

254 Lillian O’ Donell – El teléfono llama

255 Michael Collins – Acto de terror

256 Stanley Ellin – El hombre de ninguna parte

257 David Anthony – La organización

258 Michael Gilbert – El cadáver de una chica

259 Michael Collins – La sombra del tigre

260 Richard Neely – El síndrome fatal

261 Bill Pronzini – ¡Pánico!

262 Victor Canning – Peón dama

263 David Anthony – Sangre a la luz de la luna

264 Arthur Maling – Traficante de Nieve

265 James Hadley Chase – Estas solo cuando estás muerto

266 David Anthony – Sangre a la luz de la luna

267 James Hadley Chase – Sin dinero, a ninguna parte

268 Richard Neely – La amante japonesa

269 Lillian O’Donnell – No uses anillo de boda

270 James Hadley Chase – Acuéstala sobre los lirios

271 Kennetth Royce – El hombre xyy

272 Victor Canning – La efigie derretida

273 Stanley Ellin – La especialidad de la casa

274 Gregory Cromwell Knapp – La estrangulación

275 Robert Dennes – El sudor del miedo

276 Dwight Steward – Acupuntura y muerte

277 Arthur Maling – Ding dong

278 Stanley Ellin – Castillo de naipes

279 Roger Ivnees – El llanto de Némesis

280 Lettice Cooper – Te en domingo

281 Raymond Chandler – Asesino en la luvia

282 David Westheimer – La cabeza olmeca

283 Victor Canning – Cresta roja

284 James Hadley Chase – El buitre paciente

285 Michael Collins – El grito silencioso

286 Peter Dickinson – El oráculo envenenado

287 James Hadley Chase – Con las mujeres nunca se sabe

288 John D Macdonald – Cielo Trágico

289 Reg Gadney – Luchar por algo

290 James Hadley Chase – Hay un hippie en la carretera

291 John Bingham – Cinco accesos al paraíso

292 Cornell Woolrich (William Irish) – La novia vestía de luto

293 John D Macdonald – Lamento turquesa

294 John Godey – La muerte del año

295 Bill Pronzini – Prisionero en la nieve

296 Dick Francis – Golpe final

297 Lillian O’ Donell – Traficantes de niños

298 Cornell Woolrich (William Irish) – Serenata del estrangulador

299 James Hadley Chase – Un as en la manga

300 David Anthony – La dama de medianoche

301 Walter Kempley – Cálculo de probabilidades

302 Victor Canning – La marca de Kingsford

303 Lillian O’ Donell – Disque 577

304 James Hadley Chase – Peces sin escondite

305 Kyril Bonfiglioli – No me apuntes con eso

306 Kenneth Royce – Operación leñador

307 Victor Canning – El esquema Rainbird

308 Stanley Ellin – La fortaleza

309 Kenneth Royce – En el hampa

310 Dereck Marlowe – La hermana de alguien

311 James Hadley Chase – Toc toc quien es

312 Victor Canning – La máscara del recuerdo

313 Nicholas Meyer – Práctica de tiro

314 James Hadley Chase – Si usted cree esto

315 Richard Neely – Mientras el amor duerme

316 Gavin Lyall – El país de judas

317 James Hadley Chase – Muérase, por favor

318 John Godey – La hora azul

319 Dick Francis – En el marco

320 Margaret Millar – Pregunta por mi mañana

321 Peter Lovesay – Figura de cera

322 Hillary Waugh – Una novia para Hampton House

323 Lillian O’Donnell – Trabajo mortal

324 Arthur Maling – Juego diabólico

325 Stanlei Ellin – Viaje a Luxemburgo

326 Rex Stout – Asunto de familia

327 Martha Albrand – Zurich / AZ 900

328 Simon Brett – Por orden de desaparición

329 James Hadley Chase – Considérate muerto

330 Hammond Innes – El caballo de Troya

331 John Bingham – Amo y mato

332 James Hadley Chase – Tengo los cuatro ases

333 Dick Francis – Olimpiada en Moscú

334 Margaret Millar – El asesinato de Mrs. Shaw

335 Joe Gores – Al estilo Hammett

336 Hilary Vaugh – Un loco en mi puerta

337 Donald Hamilton – Los ejecutores

338 Kenneth Royce – El toque de Satán

339 Alain Demouzon – Crímenes imperfectos

340 Cornell Woolrich – El negro sendero del miedo

341 Kyril Bonfigliori – Detrás de un revolver

342 Stanley Ellin – La estrella deslumbrante

343 Kay Nolte Smith – La espectadora

344 Dick Francis – Riesgo mortal

345 Ngaio Marsh – La foto en el cadáver

346 Hugh Macleave – Ningún rostro en el espejo

347 Gene Thompson – La prueba decisiva

348 Ellis Peters – Un cadáver de más

349 Allain Demouzon – El largo túnel

350 J. Crouley – Cambio rápido

351 Donald Hamilton – Los envenenadores

352 Ian Stewart – Huelga fraguada

353 B. M. Gill – Victimas

354 Leo Bruce – El caso de la muerte entre las cuerdas

355 H. Paul Jeffers – Asesinato en el club

356 Leo Bruce – El caso para tres detectives

357 Andrew Garve – Contragolpe

358 Josephine Bell – Y si viniera el lobo

359 Peter May – Rostros ocultos

360 Simon Brett – Tanta sangre

361 Leo Bruce – Un caso para el sargento Beef

362 Peter Lovesay – El falso inspector Deew

363 Lionel Black – Rescate para un desnudo

364 Leo Bruce – Cabeza a cabeza

365 Liza Cody – Engaño

366 Donald Hamilton – Los intimidadores

367 Leo Bruce – Sangre fría (Esta novela se anunció pero nunca se editó)

Los 16 Consejos de Borges a Escritores

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Según Jorge Luis Borges en literatura es preciso evitar:

Las interpretaciones demasiado inconformistas de obras o de personajes famosos. Por ejemplo, describir la misoginia de Don Juan, etc.

Las parejas de personajes groseramente disímiles o contradictorios, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson.

La costumbre de caracterizar a los personajes por sus manías, como hace, por ejemplo, Dickens.

En el desarrollo de la trama, el recurso a juegos extravagantes con el tiempo o con el espacio, como hacen Faulkner, Borges y Bioy Casares.

En las poesías, situaciones o personajes con los que pueda identificarse el lector.

Los personajes susceptibles de convertirse en mitos.

Las frases, las escenas intencionadamente ligadas a determinado lugar o a determinada época; o sea, el ambiente local.

La enumeración caótica.

Las metáforas en general, y en particular las metáforas visuales. Más concretamente aún, las metáforas agrícolas, navales o bancarias. Ejemplo absolutamente desaconsejable: Proust.

El antropomorfismo.

La confección de novelas cuya trama argumental recuerde la de otro libro. Por ejemplo, el Ulysses de Joyce y la Odisea de Homero.

Escribir libros que parezcan menús, álbumes, itinerarios o conciertos.

Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que pueda sugerir la idea de ser convertido en una película.

En los ensayos críticos, toda referencia histórica o biográfica. Evitar siempre las alusiones a la personalidad o a la vida privada de los autores estudiados. Sobre todo, evitar el psicoanálisis.

Las escenas domésticas en las novelas policíacas; las escenas dramáticas en los diálogos filosóficos.

Evitar la vanidad, la modestia, la pederastia, la ausencia de pederastia, el suicidio.

La primer poesía de Jorge Luis Borges: «Himno al mar»

Oh mar! oh mito! oh largo lecho!

Y sé por qué te amo. Sé que somos muy viejos.

Que ambos nos conocemos desde siglos.

Sé que en tus aguas venerandas y rientes ardió la aurora de la Vida.

(En la ceniza de una tarde terciaria vibré por primera vez en tu seno).

Oh proteico, yo he salido de ti.

¡Ambos encadenados y nómadas;

Ambos con un sed intensa de estrellas;

Ambos con esperanzas y desengaños;

Ambos, aire, luz, fuerza, oscuridades;

Ambos con nuestro vasto deseo y ambos con nuestra grande miseria.

El humor de Jorge Luis Borges

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“Una mañana de octubre de 1967, Borges está al frente de su clase de literatura inglesa de la facultad. Un estudiante entra y lo interrumpe para anunciar la muerte del Che Guevara y la inmediata suspensión de las clases para rendirle un homenaje. Borges contesta que el homenaje seguramente puede esperar. Clima tenso. El estudiante insiste: “Tiene que ser ahora y usted se va”. Borges no se resigna y grita: “No me voy nada. Y si usted es tan guapo, venga a sacarme del escritorio”. El estudiante amenaza con cortar la luz. “He tomado la precaución –retruca Borges- de ser ciego esperando este momento”.